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Ayer recibimos la visita de Alberto Uría, apicultor en Ibias (Asturias), fiel amante de su profesión y sus abejas. Alberto, quería conocer de primera mano nuestro proyecto y el interés era mutuo, pues sabemos desde hace tiempo de su implicación con la naturaleza.
Para nosotros, encontrar agricultores y ganaderos comprometidos con la conservación es un acicate para continuar trabajando duro por un campo vivo, y sin duda, en eso Alberto es todo un ejemplo.
Hablamos mucho mientras paseábamos por algunos de los olivares del proyecto, enseñándole las actuaciones que con tanto cariño hemos realizado, con la esperanza de que sean útiles para que la biodiversidad regrese al olivar. Y él, con su relato, por momentos nos trasladaba a los bosques cantábricos, aquellos en los que ha echado raíces, como los robles y hayas que los pueblan.
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Alberto creció en Oviedo, pero siempre amó a su pequeño pueblo de Ibias, en el suroccidente astur. Un día, decidió que la mejor manera de vivir era trabajando por su zona, cada vez con menos población joven o vieja, como pasa en tantos otros rincones rurales de nuestro país. Reconoce que le ha llevado tiempo poder vivir de la apicultura, y estamos convencidos de que no habrá sido tarea fácil, pero ahora con sus más de 100 colmenas, parece ir consiguiéndolo. Y es que Alberto, no vende sólo miel: En Outurelos hay pasión, determinación y esfuerzo, pero sobre todo hay esperanza para un mundo rural que languidece y muere sin que parezca importarle a nadie.
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Esta mañana, al abrir el bote de la miel del cortín, los aromas ya eran preludio de que el desayuno se ponía interesante. Para mi no es sencillo explicar sus matices o los sabores que tan bien narraría un experto en mieles. Pero sí se apreciar lo bueno y la miel Outurelos, con su cristalización propia del frío de enero, me ha resultado exquisita.
Yo sé, que alguna que otra parte de esa miel va a parar a otras fauces más distinguidas que las mías, pues Alberto, comparte territorio con el oso pardo que de vez en cuando, goloso como es, ataca a sus colmenas, causándole una merma en su producción y bajas a sus queridas abejas. Pero él es consciente de que es mucho lo que la naturaleza le da y esa misma naturaleza, a veces con forma de oso, le cobra algún tributo que acepta con cierta resignación, pues también entiende que el territorio no es sólo suyo, ni mio, ni nuestro, pues compartimos espacio con muchos otros seres vivos y la mayoría, llegaron antes que nosotros.
En el fondo se trata de coexistir, aprovechando los recursos de manera sensata, pensando en algo más que en nosotros mismos.
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Afortunadamente, ya existen productores ejemplares, ahora debemos de demostrar que también hay consumidores a la altura, conscientes y bien informados, capaces de apoyar con nuestras decisiones el mundo que queremos. Hay quien dice que se vota todos los días, y no es del todo falso, pues con nuestras decisiones de compra, podemos cambiar el mundo, porque hay productores, que ya están en ello.
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